domingo, 28 de febrero de 2010

De que hablamos cuando hablamos del Fondo del Bicentenario...


A un dia de la apertura de las sesiones legislativas el tema de los medios es si se aprobara o no el Famoso Fondo del Bicentenario. Como en las mayoria de los temas los medios de nuestro pais lo presentan solo como un pelea de Cristina contra todos, pero nadie se toma un minuto en analizar las repercusiones reales de las medidas planteadas por el gobierno. Dejemos de comer carne podrida, tomemosnos un rato y saquemos nuestras conclusiones. Adjunto una nota bastante grafica del rumbo elegido por el gobierno, dejemos de hablar de las formas, las crispaciones y las carteras; y decidamos nosotros si no es este el camino indicado.


Radiografía de...

Por Roberto Navarro

La deuda lleva décadas condicionando la evolución económica del país, pero en los últimos años ha mejorado su perfil. En 2003 el total de la deuda bruta del sector público nacional representaba el 139 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI); a fines de 2009 la deuda cayó hasta el 49,1 por ciento del Producto. Una relación más que razonable si se la compara con Italia, cuyo pasivo público representa el 118 por ciento del PBI; Alemania, que tiene una relación deuda-producto del 152 por ciento o Francia, que debe un 185 por ciento de su PBI. La caída de la relación de la deuda pública con el PBI, que es uno de los principales indicadores que revelan la capacidad de cumplimiento de las obligaciones del Estado, se debió al proceso de desendeudamiento, comenzado en 2005, y al crecimiento de la economía. La primera rebaja importante se dio con la salida del default, que se realizó con un descuento del 65 por ciento, entre quita de capital, rebaja de intereses –que descendieron desde máximos del 18 por ciento surgidos del megacanje hasta una banda del 1 al 4 por ciento del último canje–, y de la extensión de los plazos. Con esa operación el ratio deuda-PBI cayó al 74 por ciento. De ahí en más, con el cierre de los mercados internacionales como consencuencia del default y los holdouts, el país comenzó a cancelar vencimientos con superávit fiscal.


Durante el lustro anterior a la última crisis internacional, la mayor parte del mundo creció a tasas que hacía décadas no se registraban. La acumulación de capital generó una altísima liquidez que tentó a muchos países a aumentar su endeudamiento. La crisis financiera global generó otro incremento en las deudas, fundamentalmente de los países centrales, que salieron a buscar dinero para fortalecer a la banca y así detener el desastre que se avecinaba. En todo ese lapso Argentina, que por causa del default y por la enorme quita que se realizó sobre la deuda quedó afuera de los mercados, disminuyó su pasivo público. Si bien es cierto que no había otra posibilidad que pagar o volver a caer en default, también lo es que el país generó las divisas necesarias debido a un elevado saldo comercial y los pesos de recaudación tributaria para comprarlas.



El Gobierno cancela vencimientos tomando dinero de entes descentralizados, como el PAMI, Anses y otros. Pero esas deudas figuran en el total que hoy marca una relación de deuda-PBI del 49 por ciento, que está entre las más bajas de los países en desarrollo e incluso de muchos desarrollados. El dinero que se toma prestado del Banco Nación está respaldado por depósitos que fue haciendo el Estado con ahorros del Tesoro. Ese banco público concentra 7000 millones de dólares de recursos del Tesoro. Las operaciones en las que se tomó deuda local para pagar al exterior sirvieron, además, para pesificar la deuda, hecho que mejora la situación general del pasivo público. En 2003, el 76 por ciento de la deuda estaba nominada en moneda extranjera; en la actualidad, sólo el 54 por ciento.

Un elemento que en muchas oportunidades es más importante que el total de la deuda es la cercanía de los vencimientos. Fundamentalmente, en momentos de crisis financiera internacional, cuando no se puede salir a los mercados a renovar deuda. La deuda argentina tenía en 2003 una vida promedio de 6,9 años. Es decir que no sólo debía mucho más, sino que buena parte vencía en el corto plazo. Hoy la vida promedio de la deuda prácticamente se duplicó, al pasar a 12,7 años.

El tema que disparó la disputa política del verano es el uso de las reservas del Banco Central para cancelar vencimientos de deuda pública. Otra de las comparaciones que realizan los analistas de mercado para pronosticar las posibilidades de repago de los países es la relación entre el total del pasivo público y las reservas. En 2003 la deuda era un 722 por ciento mayor a las reservas; en la actualidad es apenas el 120 por ciento. Otro indicador relevante es la relación deuda externa nominada en moneda extranjera y exportaciones. En 2003 era 296 por ciento; en 2009, 81 por ciento.

En los últimos siete años la recaudación tributaria creció no sólo por la evolución económica; también porque mejoró la eficiencia de la AFIP. Así, la caída del total de la deuda y fuerte mejora en la recaudación impositiva también mejoraron ese ratio. En 2005, el primer año en que se empezaron a realizar pagos después del default, el total de servicios de la deuda significaba el 53 por ciento de la recaudación. Cinco años después la relación entre deuda pagada en 2009 e ingresos tributarios cayó al 36 por ciento.

En 2009, año en que se sintió lo peor de la crisis financiera internacional, el país subió su relación deuda-PBI apenas del 48,8 por ciento, al 49,1 por ciento. La razón de que la crisis no generara un derrape en esta relación determinante para analizar la capacidad de pago del país tuvo que ver no sólo con que siguió pagando; también con que sufrió muy poco la caída del nivel de actividad. De otra manera hubiese tenido un déficit fiscal que le hubiera complicado las posibilidades de concretar las cancelaciones de los vencimientos del año pasado.

En el mismo contexto internacional muchos países tuvieron déficit fiscales históricos. Según datos del Fondo Monetario Internacional, España tuvo un déficit fiscal del 11,4 por ciento; Grecia, el país más observado en la actualidad, registró en 2009 un saldo negativo del 12,7 por ciento; Francia contabilizó un déficit del 8 por ciento. El desequilibrio total de toda la Unión Europea fue del 7 por ciento. Incluso el siempre prolijo Chile cerró 2009 con un saldo negativo del 4,5 por ciento.

En Economía piensan que es hora de que Argentina comience a pagar sólo los intereses que vencen en los próximos años y renegocie el capital. Así, de ahora en más, la caída de la relación deuda-PBI se daría por la evolución de la economía y se liberarían fondos para apuntalar el crecimiento. La estrategia oficial es utilizar el Fondo del Bicentenario para generar confianza y conseguir una tasa de interés razonable para la renovación de los vencimientos de capital


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lunes, 22 de febrero de 2010

El Odio





Audio original del Programa Marca de Radio del 20 de febrero del 2010

Sí, el tema de estas líneas es el odio. Planteado así, de manera tan seca y contundente, quizás y ante todo deba reconocerse que es más propio de cientistas sociales que de un simple periodista u opinólogo. Pero, precisamente porque uno es esto último, registra que su razonamiento respecto del clima político y social de la Argentina desemboca en algo que ya excede a la mera observación periodística.

Hay –es probable– una única cosa con la que muy difícilmente no nos pongamos todos de acuerdo, si se parte de una básica honestidad intelectual. Con cuantos méritos y deficiencias quieran reconocérsele e imputarle, desde 2003 el kirchnerismo reintrodujo el valor de la política, como ámbito en el que decidir la economía y como herramienta para poner en discusión los dogmas impuestos por el neoliberalismo. Ambos dispositivos habían desaparecido casi desde el mismo comienzo del menemismo, continuaron evaporados durante la gestión de la Alianza y, obviamente, el interregno del Padrino no estaba en actitud ni aptitud para alterarlos.


Fueron trece años o más (si se toman los últimos del gobierno de Alfonsín, cuando quedó al arbitrio de las “fuerzas del mercado”) de un vaciamiento político portentoso. El país fue rematado bajo las leyes del Consenso de Washington y la rata, con una audacia que es menester admitirle, se limitó a aplicar el ordenamiento que, por cierto, estaba en línea con la corriente mundial. También de la mano con algunos aires de cambio en ese estándar, y así se concediera que no quedaba otra chance tras la devastación, la etapa arrancada hace siete años volvió a familiarizarnos con algunos de los significados que se creían prehistóricos: intervención del Estado en la economía a efectos de ciertas reparaciones sociales; apuesta al mercado interno como motor o batería de los negocios; reactivación industrial; firmeza en las relaciones con varios de los núcleos duros del establishment. Y a esa suma hay que agregar algo a lo cual, como adelanto de alguna hipótesis, parecería que debe dársele una relevancia enorme.

Son las acciones y gestos en el escenario definido como estrictamente político, desde un lugar de recategorización simbólica: impulso de los juicios a los genocidas; transformación de la Corte Suprema; enfriamiento subrayado con la cúpula de la Iglesia Católica; Madres y Abuelas resaltadas como orgullo nacional y entrando a la Casa Rosada antes que los CEO de las multinacionales; militancia de los ’70 en posiciones de poder. En definitiva, y –para ampliar– aun cuando se otorgara que este bagaje provino de circunstancias de época, sobreactuaciones, conciencia culposa o cuanto quisiera argüirse para restarles cualidades a sus ejecutores, nadie, con sinceridad, puede refutar que se trató de un “reingreso” de la política. Las grandes patronales de la economía ya no eran lo único habilitado para decir y mandar.

Hasta acá llegamos. Adelante de esta coincidencia que a derecha e izquierda podría presumirse generalizada, no hay ninguna otra. Se pudre todo. Pero se pudre de dos formas diferentes. Una que podría considerarse “natural”. Y otra que es el motivo de nuestros desvelos. O bien, de una ratificación que no quisiéramos encontrar.

La primera nace en el entendimiento de la política como un espacio de disputa de intereses y necesidades de clase y sector. Por lo tanto, es un terreno de conflicto permanente, que ondula entre la crispación y la tranquilidad relativa según sean el volumen y la calidad de los actores que forcejean. Este Gobierno, está claro, afectó algunos intereses muy importantes.

Seguramente menos que los aspirables desde una perspectiva de izquierda clásica, pero eso no invalida lo anterior. Tres de esos enfrentamientos en particular, debido al tamaño de los bandos conmovidos, representan un quiebre fatal en el modo con que la clase dominante visualiza al oficialismo. Las retenciones agropecuarias, la reestatización del sistema jubilatorio y la ley de medios audiovisuales. Ese combo aunó la furia.

Una mano en el bolsillo del “campo”; otra en uno de los negociados públicos más espeluznantes que sobrevivían de los ’90, y otra en el del grupo comunicacional más grande del país, con el bonus track de haberle quitado la televisación del fútbol. De vuelta: no vienen al caso las motivaciones que el kirchnerismo tenga o haya tenido y no por no ser apasionante y hasta necesario discutirlas, sino porque no son aquí el objeto de estudio. Es irrebatible que ese trío de medidas –y algunas acompañantes– desató sobre el Gobierno el ataque más fanático de que se tenga memoria. Hay que retroceder hasta el segundo mandato de Perón, o al de Illia, para encontrar –tal vez– algo semejante.

Potenciados por el papel aplastante que adquirieron, los medios de comunicación son un vehículo primordial de esa ira. El firmante confiesa que sólo la obligación profesional lo mueve a continuar prestando atención puntillosa a la mayoría de los diarios, programas radiofónicos, noticieros televisivos. No es ya una cuestión de intolerancia ideológica sino de repugnancia, literalmente, por la impudicia con que se tergiversa la información, con que se inventa, con que se apela a cualquier recurso, con que se bastardea a la actividad periodística hasta el punto de sentir vergüenza ajena.

Todo abonado, claro está, por el hecho de que uno pertenece a este ambiente hace ya muchos años, y entonces conoce los bueyes y no puede creer, no quiere creer, que caigan tan bajo colegas que hasta ayer nomás abrevaban en el ideario de la rigurosidad profesional. Ni siquiera hablamos de que eran progresistas. La semana pasada se pudo leer que los K son susceptibles de ser comparados con Galtieri. Se pudo escuchar que hay olor a 2001. Hay un límite, carajo, para seguir afirmando lo que el interés del medio requiere. Gente de renombre, además, que no se va a quedar sin trabajo. Gente –no toda, desde ya– de la que uno sabe que no piensa políticamente lo que está diciendo, a menos que haya mentido toda su vida.

Sin embargo, más allá de estas disquisiciones, todavía estamos en el campo de batalla “natural” de la lucha política; es decir, aquel en el que la profundidad o percepción de unas medidas gubernamentales, y del tono oficialista en general, dividieron las aguas con virulencia. Son colisiones con saña entre factores de poder, los grandes medios forman parte implícita de la oposición (como alternativamente ocurre en casi todo el mundo) y no habría de qué asombrarse ni temer.

Pero las cosas se complican cuando nos salimos de la esfera de esos tanques chocadores, y pasamos a lo que el convencionalismo denomina “la gente” común. Y específicamente la clase media, no sólo de Buenos Aires, cuyas vastas porciones –junto con muchas populares del conurbano bonaerense– fueron las que el 28-J produjeron la derrota electoral del kirchnerismo. ¿Hay sincronía entre la situación económica de los sectores medios y su bronca ya pareciera que crónica? Por fuera de la escalada inflacionaria de las últimas semanas, tanto en el repaso del total de la gestión como de la coyuntura, los números dan a favor.

En cotejo con lo que ocurría en 2003, cuando calculado en ingresos de bolsillo pasó a ser pobre el 50 por ciento del país, o con las marquesinas de esta temporada veraniega, en la que se batieron todos los records de movimiento turístico y consumo, suena inconcebible que el grueso de la clase media pueda decir que está peor o que le va decididamente mal. Pero eso sería lo que en buena medida expresaron las urnas, y lo que en forma monotemática señalan los medios.

Veamos las graduaciones con que se manifiesta ese disconformismo. Porque podría conferirse la licencia de que, justamente por ir mejor las cosas en lo económico, la “gente” se permite atender otros aspectos en los que el oficialismo queda muy mal parado, o apto para las acusaciones. Ya se sabe: autoritarismo, sospechas de corrupción, desprecio por el consenso, ausencia de vocación federalista, capitalismo de amigotes y tanto más por el estilo. Nada distinto, sin ir más lejos, a lo que recién sobre su final se le endilgó a Menem y su harén de mafiosos.

¿Qué habrá sucedido para que, de aquel tiempo a hoy, y a escalas tan similares de bonanza económica real o presunta, éstos sean el Gobierno montonero, la puta guerrillera, la grasa que se enchastra de maquillaje, los blogs rebosantes de felicidad por la carótida de Kirchner, los ladrones de Santa Cruz, la degenerada que usa carteras de 5 mil dólares, la instalación mediática de que no llegan al 2011, el olor al 2001, el uso del avión presidencial para viajes particulares?
¿Cómo es que la avispa de uno sirvió para que se cagaran todos de la risa y las cirugías de la otra son el símbolo de a qué se dedica esta yegua mientras el campo se nos muere?
¿Cómo es que cuando perpetraron el desfalco de la jubilación privada nos habíamos alineado con la modernidad, y cuando se volvió al Estado es para que estos chorros sigan comprándose El Calafate? Pero sobre todo, ¿cómo es que todo eso lo dice tanta gente a la que en plata le va mejor?

Uno sospecharía principalmente de los medios. De sus maniobras. De que es un escenario que montan. Pues no. Por mucho que haya de eso, de lo que en verdad sospecha es de que el odio generado en las clases altas, por la afectación de algunos de sus símbolos intocables, ha reinstalado entre la media el temor de que todo se vaya al diablo y pueda perder algunas de las parcelas pequebú que se le terminaron yendo irremediablemente ahí, al diablo, cada vez que gobernaron los tipos a los que les hace el coro.

Debería ser increíble, pero más de 50 años después parece que volvió el “Viva el Cáncer” con que los antepasados de estos miserables festejaron la muerte de Eva.
Eduardo Aliverti

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jueves, 11 de febrero de 2010

Monopolios, operaciones de prensa y servicios de inteligencia

A partir de la campaña montada contra el programa televisivo “6,7,8”, la Revista 2010 realizó una profunda investigación sobre el origen de ciertas informaciones que utilizan grandes medios como Clarín, Perfil y La Nación. El rol de la “SIDE paralela” y sus agencias de espionaje disfrazadas de portales periodísticos. P&M publica un anticipo exclusivo.



Según una investigación realizada por el director de la Revista 2010, Juan Manuel Fonrouge, periodistas y medios de comunicación compran informaciones obtenidas de manera ilegal, a través de escuchas telefónicas y hackeo de casillas de mails, que son provistas por las “agencias de noticias” Seprin, Urgente 24 y La Política Online, en manos de varios (ex) servicios de inteligencia.

El informe, que aparecerá en el número de febrero de 2010, parte de las notas publicadas por Clarín, La Nación y Perfil, que dieron cuenta de los sueldos del programa “6,7,8” (Canal 7) con cifras estimadas entre “40 y 90 mil pesos por mes”, sin chequear que en realidad se trataba de una operación de prensa montada por esas “agencias de espionaje disfrazadas de portales periodísticos”.

“Los grandes medios vienen utilizando una red de agencias periodísticas, impulsadas en su momento por los socios Hadad, Monetta y el Grupo Vila-Manzano, para realizar sus operaciones de prensa, y que hoy han prosperado, ya que su información, muchas veces falsa, y otras veces sustraída de forma ilegal a través de escuchas y hackeo de casillas de mails, viene siendo publicada en medios como Clarín, La Nación y Perfil sin ningún tipo de aclaración o mención de su procedencia”, explica Fonrouge.

El seguimiento de la información “trucha” de los sueldos del programa de “6,7,8” llega hasta Sylvia Mercado, ex directora de Prensa de la Secretaria de Agricultura durante la gestión de Felipe Solá en el menemato, cuando su ex esposo, Jorge Huergo, era titular del INTI, bajo la orbita de la misma Secretaria. Huergo actualmente se desempeña como director del suplemento Clarín Rural y es dueño de Canal Rural.

Mercado publicó la información en su blog “El aguijón online”, para luego reproducirla en su programa radial “Esta lengua es mía”, en FM Identidad, donde comparte espacio con el (ex) servicio de inteligencia Edgar Meinhard, director de la agencia Urgente24, creada por la empresa de Raúl Monetta, Urgente S.A, y bajo la tutela de Daniel Hadad, según palabras del propio Meinhard.

Mercado es, además, columnista en La Política Online, otra de las agencias vinculadas a los (ex) servicios de inteligencia de la SIDE. Su director es Ignacio Fidanza, hijo del fallecido Amilcar Fidanza, a quien se responsabiliza por tareas de contraespionaje durante la última dictadura militar. En la década de los `90, refugiado en la SIDE, Fidanza orquestaba operaciones de prensa para el ex presidente Carlos Menem.

Meinhard y Fidanza fueron directores, en distintas etapas, de “El Guardián”, un semanario impulsado por Monetta, desde donde el ex banquero menemista realizaba operaciones contra sus enemigos políticos.

¿Quién compra la información? Luego del escándalo de “la mafia de los mails”, donde Urgente24 y Seprin (Servicio Privado de Información), dirigida por otro (ex) servicio, Héctor “Kolla” Alderete, publicaron en sus respectivos portales correos electrónicos y escuchas telefónicas ilegales de funcionarios y artistas, el gobierno nacional le ordenó a la “SIDE oficial” que investigara el tema.

El informe presentado por el Subsecretario de Inteligencia, el “pingüino” José Francisco “Paco” Larcher, fue categórico: los que compran esta información sustraída de forma ilegal, es decir, sin autorización judicial, son todos periodistas o empresarios de medios de comunicación: Carlos Pagni y Mariano Obarrio (periodistas de La Nación), los empresarios de medios Raúl Montea y Daniel Hadad, Darío Gallo (ex editor ejecutivo de la revista Noticias y actual editor de Perfil.com), y Jorge Rial (conductor del programa “Intrusos”).

Para Fonrouge, la cuestión radica centralmente en “el rol que cumplen los grandes medios” al utilizar las informaciones que proveen las agencias de la “SIDE paralela”, abriendo un debate que no puede pasarse por alto.

Por Politica & Medios

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miércoles, 10 de febrero de 2010

TN te pica la cabeza


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